El ritual del baño a lo largo de la historia siempre ha significado mucho más que unos minutos dedicados al aseo personal. Para las civilizaciones antiguas como Egipto, Grecia y Roma, el baño adquiría connotaciones religiosas que se entremezclaban con el placer, la ostentación de la riqueza (grandes palacios y marfiles) y también con la utilización de aceites y esencias aromáticas.
Parece que en la actualidad, parte de ese ritual ha quedado en nosotros. Tras un día duro, cansado y largo, la ducha reparadora te hace volver a la vida. Con menos ostentación quizá, y con la suerte, por ejemplo, de poder adquirir cortinas de baño online a tan sólo un clic y «ostentar» de tener la más bonita de toda la comunidad de vecinos.
Volviendo atrás en la historia, los baños egipcios, por ejemplo, se hacían con agua y aceites o ungüentos perfumados, que solo los sacerdotes sabían preparar. Estos aceites sagrados protegían la piel sometida a la sequedad y el calor de un clima duro. Las clases sociales más adineradas tenían esclavos dedicados exclusivamente a bañar a sus señores.
Los griegos sin embargo, odiaban los baños, pues creían que eran símbolo de debilidad y consideraban que este tipo de hábito disimulaba el olor fuerte del atleta. No todos opinaban igual, los más ricos tenían en sus casas recipientes cincelados, llenos de agua para bañarse. Además, en todos los cruces de caminos había una pila de mármol con agua para que los más pobres pudieran también bañarse.
Para los romanos el baño era un acto social básicamente, acudían a imponentes baños públicos que eran verdaderos palacios donde podían bañarse hasta 2.500 personas. Aquí iban pasando por diferentes estancias con aguas a diferentes temperaturas: frigidarium (agua fría), tepidarium (agua tibia) y finalmente caldarium, una especie de sauna que provocaba una gran transpiración.